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“Dios es espíritu, y los que le adoran, en espíritu y en verdad deben adorarle.”
(Juan 4:24)
La verdadera adoración es un don de Dios, un milagro, una obra del Espíritu. Es la expresión de la fe de Jesucristo en un ser humano quien, con la mirada en Dios, le ama a Él y hace Su voluntad. La adoración falsa es lo opuesto; es egocéntrica – el hombre haciendo su voluntad para sus propios propósitos y ganancia, aunque en el Nombre de Dios. Eso es adorar a Dios en la carne, lo cual es contradictorio e imposible.
La adoración falsa está en todas partes y es muy visible, pero la verdadera adoración es rara y oculta a la vista carnal. La adoración falsa es a menudo visible porque los adoradores buscan la aprobación de los hombres, pero la verdadera adoración es para la alabanza a Dios solamente:
Mateo 6:1-4 (LBLA)
(1) Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos.
(2) Por eso, cuando des limosna, no toques trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres. En verdad os digo que ya han recibido su recompensa.
(3) Pero tú, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha,
(4) para que tu limosna sea en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
¿Parecemos nosotros, como verdaderos adoradores, estar siempre dando gracias y alabanzas a Dios?
Entonces, ¿cómo se manifiesta la verdadera adoración? La acción de gracias y alabanza a Dios es de una vía. Sin embargo, la verdadera adoración sólo puede determinarse según la motivación. Por ejemplo, ¿no estaba el fariseo dando gracias a Dios, junto al publicano, quien no hacía lo mismo?
Lucas 18:9-14 RVG
(9) Y también dijo esta parábola a unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros:
(10) Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo, y el otro publicano.
(11) El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, Te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano;
(12) ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que poseo.
(13) Mas el publicano, estando lejos, no quería ni siquiera alzar los ojos al cielo, sino que golpeaba su pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador.
(14) Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido.
¿Qué nos pueden decir las cosas externas? ¿Parecemos nosotros, como verdaderos adoradores, estar siempre dando gracias y alabanzas a Dios? Si no, ¿significa eso que no estamos adorándole a Él? Aun cuando hacer eso es correcto y necesario, la adoración es mucho más que dar gracias y alabar a Dios. Como lo dijera el sabio, todo tiene su tiempo debajo del Cielo, y Dios trae los tiempos a la vida de Su pueblo quienes le adoran a Él.
Adoramos cuando lloramos y cuando nos regocijamos: “Gozaos con los que se gozan y llorad con los que lloran” (Romanos 12:15 LBLA)
“Porque un momento durará Su furor; mas en Su voluntad está la vida: Por la noche durará el lloro, pero a la mañana vendrá la alegría.” (Salmo 30:5 RVG)
“Bienaventurados los que lloran; porque ellos serán consolados.” (Mateo 5:4 RVG) ¿Así como el publicano?
Hay sufrimiento y dolor en medio de la verdadera adoración. Jesús fue un varón de dolores, experimentado en quebranto. ¿Alguna vez dejó Él de adorar al Padre? Y cuando dijo: “Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué Me has desamparado?” ¿estaba fallando Él en la adoración? La verdad es que no; ese mismo clamor de angustia fue un ejemplo de perfecta adoración.
La verdadera adoración es una incesante dependencia de Dios y la aceptación de las circunstancias que tenemos de parte de Él.
Cuando David estaba en el desierto, como lo ha estado todo santo que ha vivido, él tuvo muchos días de temores, lágrimas y desesperación. Él no pasaba continuamente dando gracias y alabanzas a Dios, y nadie debe pensar que eso sea una obligación o un acto continuo. Sin embargo, aun en su clamor a Dios, David afirmaba su fe en el Único a Quien él conocía que le podía guardar del mal y hacerlo prevalecer sobre sus enemigos, haciéndose así un camino para dar gracias y alabanzas.
Hubo momentos en que Moisés se desesperó grandemente, y varias veces en que él se enojó con los hijos de Israel, los escogidos de Dios. Él no pasaba rebosante de agradecimiento y alabanzas. ¿Falló él en la adoración en esos tiempos?
Cuando Juan el Bautista tuvo dudas en la cárcel (“¿Eres tú a Quien debíamos esperar o esperamos a otro?”), ¿falló en la adoración?
Cuando Pablo estaba reprendiendo a los gálatas y a los corintios, ¿estaba fallando él en la adoración? ¿No era su deber hacer lo que hizo? Al hacer su deber en obediencia a Dios, ¿no estaba él adorando en espíritu y en verdad? ¿Y qué hay de “Airaos pero no pequéis” (Efesios 4:26)?
La verdadera adoración es una incesante dependencia de Dios y la aceptación de las circunstancias que tenemos de parte de Él tanto como Autor así como la Respuesta. Por esta razón, la verdadera adoración incluye muchas cosas; en verdad, lo incluye todo. La verdadera adoración es mirar al Señor en la guerra y en la paz, en tristeza y en gozo, en escasez y en abundancia, en pérdida y en ganancia, en enfermedad y en salud, en debilidad y en fuerza, en trabajo y en reposo, en tinieblas y en luz, durante la noche y durante el día, en lo grueso y en lo fino, en el fracaso y en el éxito, en la derrota y en la victoria.
La verdadera adoración es fe en Dios, nuestro Redentor y Señor de todos. La verdadera adoración no garantiza felicidad constante, la cual puede ser un ídolo, sino que también habla de estar enfocados en Él Quien gobierna todo, confiando en Él en todo.
La verdadera adoración es confesar y arrepentirse de pecados. Mientras introducía al Mesías a Israel, Juan el Bautista llamaba a la confesión de pecados y al arrepentimiento, y las personas quienes en serio querían estar bien con Dios le creyeron a Juan.
La verdadera adoración se manifiesta en obediencia al Señor en todo lo que Él manda y espera de nosotros. Es honrar Su deseo y voluntad a pesar de los nuestros. La verdadera adoración dice: “No se haga mi voluntad, sino la tuya.” ¿No estaba Jesús ofreciéndole adoración a Dios cuando se negó a Sí Mismo y se sometió a la voluntad del Padre?
La verdadera adoración es buscar a Dios en lo que Él quiere y no en lo que nosotros queremos.
La verdadera adoración significa dejarlo todo, negarse a uno mismo, tomar la cruz, y seguir al Señor Jesucristo. Es conocerle a Él y deleitarse en hacer Su voluntad.
La verdadera adoración nunca pone de primero al adorador en ninguna forma en ningún momento. La verdadera adoración es buscar a Dios en lo que Él quiere y no en lo que nosotros queremos. “¿Qué quieres que yo haga, Señor?” fue la primera pregunta de Pablo a Jesús cuando Él lo detuvo repentinamente en camino a Damasco. Él no estaba pidiendo para sí mismo, sino que estaba, en temor reverente, buscando honrar a Dios.
Las oraciones de muchos son oraciones lejanas y egoístas. “Señor, dame esto, bendíceme en aquello, sálvame de esto y protégeme de aquello.” Uno puede estar pidiendo cosas buenas y necesarias, pero la esencia de esas oraciones es obtener cosas, con tal vez un poco de interés en los deseos e intereses de Dios. Esto no es verdadera adoración. (No es que la oración del publicado no valiera; él estaba pidiendo a partir del reconocimiento de su intrínseca y gran indignidad delante de Dios – un muy buen estado en el que debería encontrarse cualquiera.)
Los hombres tienen tanta inclinación hacia los servicios religiosos, con toda clase de actividades formales, y a eso le llaman adoración. Estas incluyen música y cantos, alabanzas verbales a Dios, levantar las manos, orar, predicar, testificar, evangelizar, profetizar, orar en lenguas, orar por la gente imponiéndoles las manos, dar diezmos, traer y recolectar ofrendas, vestirse con lo mejor para ir a la iglesia, leer la Biblia, memorizar versículos, leer literatura “cristiana” y tener invitados de la iglesia en la casa. Todas estas cosas son consideradas como adoración por los hombres, y verdaderamente pueden serlo, pero también pueden no serlo. Nada de esto por sí mismo constituye adoración. La esencia de la adoración nunca está en las acciones en sí mismas.
Adorar en espíritu y en verdad es no tener otros dioses de ningún tipo aparte de Dios.
Los hombres adorarán cualquier criatura, objeto o actividad – la Biblia, las oraciones, los pastores, los diezmos, las congregaciones, las denominaciones, los institutos Bíblicos, los seminarios, los edificios, las doctrinas y el compañerismo. Ellos incluso adorarán la adoración. Adorarán lo que sea menos al Señor, si sus corazones no se han apartado de sí mismos para volverse a Él. En lugar de eso, ellos adorarán ídolos que reflejen sus propias motivaciones de servirse a sí mismos. Sin embargo, el Padre busca hombres que le adoren en espíritu y en verdad.
Las Escrituras hablan de quienes adoraban a Dios y también adoraban a otros dioses. Eso no es adorar en espíritu y en verdad. Es una mixtura, la cual Dios aborrece. El mandó: “No tendrás dioses ajenos delante de Mí.”
2 Reyes 17:33-34 RVG
(33) Temían a Jehová, y honraban a sus dioses, según la costumbre de las gentes de donde habían sido trasladados.
(34) Hasta hoy hacen como entonces; que ni temen a Jehová, ni guardan sus estatutos, ni sus ordenanzas, ni hacen según la ley y los mandamientos que prescribió Jehová a los hijos de Jacob, al cual puso el nombre de Israel.
(Para más ejemplos sobre esto, usted puede leer Zacarías 1:4-6, 2 Reyes 23:13, Hechos 7:42-43, y para más sobre lo que Dios dice, lea los versículos del contexto de la cita dada – 2 Reyes 17:32-41.)
Adorar en espíritu y en verdad es ser honesto, franco y consistentemente persistente en negarse a uno mismo, no sólo por negarse a uno mismo en sí, sino por causa de Él. Adorar en espíritu y en verdad es no tener otros dioses de ningún tipo, ni grandes ni pequeños, aparte de Dios. Esta adoración es una que solamente Dios puede lograr en un alma, lo cual Él hace en Sus escogidos a través de pruebas de fuego.
Abraham, por mandato de Dios, tomó a su único y amado hijo para ofrecerlo:
“Entonces dijo Abraham a sus siervos: Esperaos aquí con el asno, y yo y el muchacho iremos hasta allí, y adoraremos, y volveremos a vosotros.” (Génesis 22:5 RVG)
La verdadera adoración se resume en Jesucristo, Quien nos muestra el camino con la Palabra y con los hechos.
La verdadera adoración es la entrega de todo. No había otros dioses para Abraham – no había nada entre él y su Dios. Es igual para los hijos de Abraham en la fe. Ellos lo venden todo por la Perla de Gran Precio:
“También el reino de los cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas; el cual, hallando una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró. (Mateo 13:45-46 RVG)
La verdadera adoración se resume en Jesucristo, Quien nos muestra el camino con la Palabra y con los hechos, porque Él es el Camino, la Verdad y la Vida.
Marcos 12:29-31 RVG
(29) Y Jesús le respondió: El primer mandamiento de todos es: “Oye, oh Israel, el Señor nuestro Dios, el Señor uno es.
(30) Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con todas tus fuerzas.” Éste es el principal mandamiento.
(31) Y el segundo es semejante a éste: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” No hay otro mandamiento mayor que éstos.
La verdadera adoración es depender de Cristo como uno depende del aire y del respirar, de la comida y del comer, del agua y del beber. Así como nosotros en nuestros cuerpos no podemos vivir sin esos elementos, así en el espíritu no podemos vivir sin Dios y Su Palabra. Él es el Pan del Cielo y el Agua de Vida. Sin Él, nosotros no somos ni tenemos nada. ¿No será mejor reconocer esos hechos y actuar en consecuencia? Por Su gracia, eso haremos. Esa es la voluntad de Dios.
Víctor Hafichuk