Primeros Tres Sueños Dados por el Señor a Victor

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1) La Venida del Señor (Julio, 1972, Prince Albert, Saskatchewan)

Este sueño lo tuve antes de ser creyente. Fue en el verano de 1972, en Prince Albert, Saskatchewan. Probablemente esto fue en Julio y posiblemente era fecha 10. Fue la primera vez que el Señor me hablaba o se me aparecía. Yo tenía 26 años y estaba soltero; trabajaba para Homes Canada Inc., vendiendo casas móviles. Vivía en una habitación para huéspedes en el sótano de la casa de Murray e Ila Garneau. Unos días antes, yo había ayunado por tres días y tres noches, sin comida ni bebida. Había estado buscando de Dios, pasando varias noches durante varios meses, luchando al lado de mi cama, rogando –a veces de rodillas- que Dios se me manifestara. Yo me sentía vacío, solitario, desesperado y considerando el suicidio. No tenía ningún propósito en la vida.

El sueño comenzó con una voz que decía: “¡Vienen los indios! ¡Vienen los indios! ¡Están invadiendo nuestro huerto! ¡Apúrense todos! ¡Tomen sus armas! ¡Vienen los indios! Parecía como que yo era uno de los sirvientes en una gran casa o algún tipo de comunidad. Yo me dirigí a la parte de atrás y hacia el corredor donde se suponía que estaban las armas, pero me encontraba con que todas estaban quebradas y eran inútiles.

Luego oí que la voz me decía: “Entonces no importa. Sólo sal y mira qué están haciendo.” Salí y cuando puse un pie en la puerta trasera, entré en un hermoso y fructífero huerto verde, con frondosos árboles en medio de arbustos y plantas llenas de todo fruto. Allí miré a los indios, nativos americanos, vestido así como ellos o nosotros nos vestimos hoy en día. Se miraban limpios, respetables y llenos de paz y gozo. Estaban recogiendo frutas y vegetales del huerto. Sus mujeres estaban recogiendo en sus canastas y en sus delantales y los hombres en canastas. A simple vista, ellos no eran ninguna amenaza.

Al verlos, yo entendía sus espíritus parcialmente y yo sabía qué estaban pasando. Ellos estaban recogiendo del huerto, sí, pero era su huerto y no el nuestro. Lo otro era que ellos no estaban recogiendo para sí mismos, sino para nosotros, para darnos a nosotros. No nos estaban quitando; nos estaban dando, con gozo y agradecimiento.

Yo caminé hacia el jardín y pasé hasta el otro lado. En el otro lado, me encontré que estaba en las calles de la ciudad, con edificios alrededor. Parecía como que yo estaba caminando hacia el sur, en Calgary, más allá de lo que parecía ser el Estadio McMahon a mi derecha. Luego parecía que me estaba acercando a la orilla de una cuadra de la ciudad, de un vecindario o de la tierra.

De repente, todo se quedó muy quieto y en silencio. No se oía, ni se sentía, ni se movía una sola cosa. Había gente a mi izquierda y detrás de mí. Todos mirábamos en una misma dirección, alineados a la orilla de lo que parecía ser la cuadra, la ciudad o aun la tierra. Algo estaba ocurriendo.

Cuando miré hacia el frente más allá del horizonte, vi un gran edificio blanco a la derecha de mi “pantalla”. Era de forma rectangular y parecía ser de tres o cuatro pisos, y sin embargo, parecía que era de miles de pisos de altura. Tenía ventanas por todas partes y cada ventana estaba cubierta por una nube. Tenía una entrada grande, también cubierta por una nube. Yo no veía la parte baja de este edificio porque la tapaba el horizonte. Empezó a moverse lenta y suavemente hacia mi izquierda. La suavidad con que se movía era como la de un gran barco el cual pasaba por quietas aguas cristalinas.

Al llegar al centro del cuadro, se detuvo. Las nubes que cubrían la entrada se disiparon para revelar una entrada grande y espaciosa sin puertas. Era algo así como se vería uno de esos enormes edificios del gobierno o del parlamento. Tenia varia gradas anchas hacia la entrada. La entrada era oscura y parecía que el edificio también estaba oscuro por fuera. En cada lado de la entrada estaba un hombre gigante, armado con espada y jabalina, creo, parado “tranquilamente” con los pies separados y brazo armado extendido hacia el lado. Estos hombres parecían medir como doce o dieciséis pies de alto, y se miraban gloriosos. A mi juicio, eran ángeles resguardando la entrada.

Luego apareció un camino rojo trazado en el piso de adentro, el cual salía de las escaleras y parecía como una alfombra roja ondeada, lo suficientemente ancha para que pasaran dos personas una al lado de la otra. Allí aparecieron dos hombres. Al formarse el camino, ellos caminaron por él. Bajaba de las escaleras y ellos también bajaron por las escaleras. Caminaron despacio pero firmes, con gloria, dignidad y en reposo. El camino se estaba acercando a nosotros en el centro de la pantalla y ellos caminaban hacia nosotros por ese camino.

Todos se quedaron paralizados sin saber qué estaba pasando. Al acercársenos los dos hombres, de repente, me di cuenta que ¡uno de ellos era nada menos que el Señor Jesucristo! Entonces tuve mucho miedo porque también empecé a darme cuenta que esto era lo que en ese tiempo yo entendía como la “Segunda Venida”.

¿Por qué tuve miedo? Yo nací y fui enseñado como católico. La iglesia católica enseña que si uno tiene un pecado mortal (serio) en su alma y muere en ese estado o si el Señor viene mientras uno está en ese estado, el alma va al infierno para quemarse para siempre en horrible tormento. Diez trillones de años más tarde, no hay liberación; apenas es el comienzo. Creyendo en eso, ¿cómo no iba a tener miedo, viendo que yo sabía que no estaba bien con Dios? Yo nunca tuve tanto miedo antes o después de eso.

Justo delante de mí, y un poco a mi derecha, como a tres o cinco metros de distancia, estaban dos hombres de espaldas a mí, aparentemente granjeros, mirando lo que se desarrollaba delante de mis ojos. Uno le dijo al otro: “¿Qué está pasando aquí?” Sabiendo lo que estaba ocurriendo y dándome cuenta de que en realidad era el Señor Jesucristo y que el fin del mundo había llegado, yo estaba en gran temor. Yo no lo dije, pero pensé decirles estas palabras a eso hombres: “¡¿Qué diablos pasa con ustedes?! ¿No saben qué es lo que está sucediendo? ¡Es la Segunda Venida de Cristo; eso es lo que está sucediendo!” El miedo y la desesperación me vencieron.

Cuando los dos hombres se acercaron, viniendo Jesús a la derecha y el otro hombre a Su izquierda, yo vi Su rostro. ¡Qué rostro! Yo nunca antes había visto algo así. Sencillamente no hay nada comparable. El reflejaba Amor, Sabiduría, Poder, Perfección Y Autoridad Encarnados. El era Amor no sólo por posición, sino por Su misma naturaleza.

Su rostro era distintivamente judío, sí, judío; sin embargo, era universal. Viendo Su rostro, yo fácilmente pude entender el significado, valor e importancia del Segundo mandamiento el cual dice: “No te harás imágenes, ni ninguna semejanza de lo que…” Percibí que cualquier dibujo o estatua que el hombre pueda hacer para retratar el rostro del Señor Jesucristo no sólo lo representaría mal o se quedaría corto de la verdad, sino que sería blasfemo. Sería producto de la carne, la cual es, como dice la Biblia, enemiga de Dios. Cualquier pintura o estatua del Señor Jesús que yo haya visto en casas o en iglesias o en cualquier parte, sin importar la habilidad del artista, son abominables comparados a la Realidad. Son una mentira.

En Su rostro no había nada de condenación para mí, a pesar de cómo había sido yo. Mi temor se debía a mi incredulidad, a mi pecado y a mi falta de entendimiento. No era a causa de El. Simplemente, Él no estaba allí ni para condenar ni para herir. Pero en la luz de su carácter, se descubría que yo era vil. Me sentía tan sucio, tan corrupto. No sabía si ponerme de rodillas. Eso se me hacía muy difícil por mi orgullo. No sabía si debía postrarme. Eso me resultaba aun más difícil. Yo también sabia que si caía delante de Él en lo físico, no lo estaría haciendo en el corazón.

Sabía que a Su vista, mi corrupción era inaceptable y que cualquier cosa que yo tratara de hacer por agradarlo sería en vano e imposible, por mi misma naturaleza. Pero caí de rodillas, arrastrándome en el lodo -parecía- aunque no había lodo sino tal vez sólo yo mismo. Estaba condenado y yo lo sabía.

Jesús estaba vestido con túnica y atuendo real. Usaba una pulcra barba, no corta, no larga, y su cabello no era largo como usualmente es representado. Era más alto que el hombre que estaba con Él. El hombre junto a Él se distinguía como judío, pero no universal como era el Señor Jesús. El también tenía el mismo estilo de cabello y barba, y vestía ropas reales. Yo no sabía quién era ese hombre. Mientras caminaba, se enfocaba en el rostro de Jesús. El brillaba de admiración. Yo no me di cuenta hasta 27 o 28 años más tarde que lo que también había visto en su rostro era agradecimiento, acompañado de gozo. Yo no lo reconocí al momento del sueño. Lo único que sabía era que lo que miraba era paz y reverencia.

El hombre sostuvo tiernamente la mano izquierda del Señor en frente de él a la altura de la cintura. Mientras el hombre sostenía al Señor, el Señor estaba sosteniendo al hombre- una maravillosa y armoniosa relación y trabajo estaban llevándose acabo allí. Ambos a la vez parecían cargar una especie de cojín delante de ellos con algo encima del cojín; pero no recuerdo haber visto o sabido de qué se trataba, pero creo que era una corona. Mientras Jesús miraba al frente a las personas, el hombre rara vez lo hacía. Ocasionalmente, el hombre echaba una mirada, pero más que todo, sus ojos estaban puestos en el rostro del Señor. Jesús algunas veces levantaba su mano derecha, pero era raro que se fijara en alguno de la multitud. El no se fijó en los dos granjeros y tampoco se fijó en mí. Yo estaba condenado, no por Él, sino por mí mismo.

Cuando los dos hombres se acercaron a nosotros, caminando continuamente sin detenerse, ellos entonces se volvieron hacia su derecha (a la izquierda de mi pantalla), ellos continuaron caminando al frente y pasando la multitud. En el momento que voltearon a su derecha, el gran edificio blanco, que había permanecido en la parte de atrás, todavía en medio del cuadro, comenzó a moverse en la misma dirección que los hombres, a la izquierda de mi vista. De nuevo, se movía al mismo paso, lento, firme y súper calmado.

El sueño terminó y desperté con mi camiseta de dormir empapada de sudor. Yo estaba absolutamente aterrorizado, apenas aliviado de que sólo era un sueño y no la realidad. Era tan real que cuando desperté, me preguntaba si no era una revelación de lo que estaba absolutamente establecido que tenía que ser, sin esperanza ni cambio. El efecto de ese sueño, aunque aterrador, fue que yo buscaría a Dios, trataría lo máximo por cambiar mi vida y buscaría ser aceptado por Él, sin importar lo que costara. Compartí ese sueño con muchos y ellos quedaron maravillados.

¿Quién era el hombre caminando a la izquierda del Señor? Doce años después, en el camino al campo KOA en Lethbridge, Alberta, el Señor me reveló quién era. Yo estaba impresionado.

 

2) Los Indios

Los primeros instantes después del sueño, me quedé meditando acerca de cómo había comenzado el sueño, con indios, y con lo feliz que ellos se miraban. Me preguntaba qué tenían que ver ellos con la “Segunda Venida.” Entonces recibí otro sueño, un sueño sólo de palabras. Uno voz me planteó esta pregunta: “Víctor, ¿Por qué crees que esos indios tenían tana paz en sus rostros?” De repente, pareció que yo sabía, pero antes que yo pudiera responder, esa voz me dijo: “Porque ellos tenían alimento, no físico, sino espiritual.”

Entonces, yo me puse a eliminar todos los vicios y a practicar todas las virtudes. En mi intento por vivir una buena vida, la que yo pensé que necesitaba vivir para ser acepto delante de Dios; pronto averiguaría lo imposible que eso era. Si un hombre puede agarrar al viento en con su puño, puede vivir una vida recta. Me desanimé mucho, sintiéndome tan impotente y tan inútil. Yo no podía entender por qué era tan difícil ser “bueno” y hacer lo “bueno”. Después de varias semanas y meses de estar tratando y fracasando, yo ya estaba a punto de darme por vencido, cuando entonces tuve un tercer sueño.

 

3)Sigue adelante; No te detengas

En este sueño, yo estaba abajo al inicio de unas largas escaleras que llevaban hacia un sótano oscuro. Arriba estaba una puerta abierta, por donde entraba una luz brillante. Yo estaba al pie de las escaleras, agachado en el piso, desnudo y purgándome. Escuché una voz que me decía desde la puerta: “Por uno con veinticinco, has tenido la palabra; por uno con cuarenta y cinco, tendrás la vida.” Para mí eso significaba que yo debía continuar, no rendirme, seguir tratando, que ya casi llegaba. Si persistía, alcanzaría la meta deseada. El sueño me animó a seguir buscando a Dios y a esforzarme por ser bueno.

Semanas o meses después, en febrero de 1973, George Lynn, un hombre en sus sesentas, vino a Prince Alberta a atender las casas móviles de nuestra compañía. Recuerdo la primera vez que yo fui a verlo y a darle la bienvenida. Al acercarme a su puerta, lo vi por la ventana, sentado en una silla, no mirando TV ni leyendo nada, sino sólo sentado allí. Me asustó. El parecía tener paz. Yo ya había estado buscando la vida, su propósito y significado.

El compartió de las Escrituras conmigo en las tardes en su cuarto de hotel y en las mañanas en su oficina. Al final de como unos siete días, yo le pedí que oráramos. Nos pusimos de rodillas -nada fácil para un gerente de ventas orgulloso y oloroso a tabaco- y empezamos a orar. Yo estaba sorprendido. Yo no sabía cómo orar o qué decir. George me enseñó diciéndome que todo lo que tenía que hacer era hablar con Dios como si hablara con un hombre mayor, mostrándole respeto. El me guió a confesarme como un pecador, imposibilitado para hacer nada al respecto. ¡Yo sí que sabía que eso era cierto! Yo había estado buscando en lo oculto, investigando otras religiones, tratando de ser bueno y, al fracasar, yo me había quedado sin opciones ni respuestas. George me decía que Jesús era la respuesta, que la fe en Su sangre y resurrección eran el camino y que recibirlo a El como Señor para que tomara mi vida, era la única forma. Yo me sometí, por la gracia de Dios. En los próximos días, me di cuenta de que yo estaba cambiando, los vicios estaban desapareciendo y las virtudes estaban surgiendo, y ya no me sentía obligado a hacer que ocurriera así. ¡Qué maravilloso… nada fácil, no era magia, pero ahora era posible y maravilloso!

No recuerdo haber tenido más sueños o visiones por un tiempo.

Víctor Hafichuk

Traducido al español por Edwin Romero
Translated into Spanish by Edwin Romero

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