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Todos hemos sido víctimas. No hay una persona en la tierra que no haya sido herida o perjudicada, aun antes del nacimiento. Pero, ¿es así como debemos vernos a nosotros mismos?
Porque también todos hemos sido victimarios, productores de víctimas, y hemos herido y ofendido a otros. Y todos hemos sido lo que la Biblia llama “pecadores,” victimarios que ofenden a Dios. La Biblia declara que si rompemos una ley, las rompemos todas (Santiago 2:8-12). Todos hemos roto la Ley de Dios. Lea sobre el estado de cada hombre en Romanos 3:9-18.
Por causa de nuestra naturaleza humana, la cual está en conflicto con Dios y la Verdad, tendemos a vernos como víctimas, pero rara vez como victimarios. Ofendemos a otros y nos defendemos a nosotros mismos. Negamos nuestra falta, y nos quejamos y acusamos a otros de ser victimarios, señalando la paja que está en el ojo del prójimo sin poder ver la viga del nuestro.
Se necesita el genuino don de fe de parte de Dios para vernos a nosotros mismos como victimarios.
Estas cosas las hacemos especialmente cuando alguien más señala nuestros pecados, declarándonos ofensores o victimarios. Puede ser que no nos encante ser conocidos como víctimas, pero normalmente preferimos eso antes que ser conocidos como victimarios. Sin embargo, este es el problema:
La salvación de nuestro estado de pecado no puede venir mientras nos veamos a nosotros mismos como víctimas. La salvación viene solamente cuando confesamos que somos victimarios, pecadores contra Dios y el hombre.
¿Cómo podemos saltar esa barrera de orgullo, obstinación y auto-justificación? Se necesita el genuino don de fe de parte de Dios para vernos a nosotros mismos como victimarios. Claro, los que profesamos creer normalmente declaramos que somos pecadores de acuerdo con las Escrituras y doctrina que nos han enseñado. Sin embargo, cuando alguien acertadamente nos habla más específicamente y personalmente acerca de nuestro déficit espiritual delante de Dios, dirigiéndose a esa naturaleza perpetradora en nosotros, nos ofendemos.
Protestamos vehementemente como víctimas y procedemos a matar al mensajero. Aborrecemos aceptar que somos culpables. Nos rehusamos a vernos como pecadores, entonces mentimos y, en el proceso, llamamos a Dios mentiroso, declarando esencialmente que el sacrificio de Cristo fue innecesario porque nosotros somos inocentes. Despreciamos la sangre que Él derramó por nuestra causa.
Los que dicen ser víctimas automáticamente condenan a otros como victimarios. Así, ellos funcionan como los victimarios que son, sirviendo para hacer víctimas. A menudo, esas víctimas son hermanos del Señor, que vienen en Su Nombre a predicar y a liberar de sus pecados a los victimarios. Los que se justifican y se defienden a sí mismos crucifican a Cristo con sus caminos. Ellos son anti-Cristo.
La liberación, la limpieza y la sanidad solamente pueden venir cuando uno hace a un lado la preocupación por ser víctima y reconoce que es victimario. Cuando reconocemos que somos victimarios, disminuye grandemente la idea de ser víctimas y se nos quita una molesta carga.
Con el reconocimiento de ser victimarios (por convicción del Espíritu Santo) viene la vergüenza, el pesar y el arrepentimiento delante de Dios. Reconocer que uno es victimario es tomar el camino hacia la salvación. Dos de las palabras más importantes y verdaderas que una persona puede decir son: “Soy pecador.” La salvación es para los victimarios, no para las víctimas. Y es a los victimarios que el Evangelio llama a arrepentirse.
“Y oyéndolo Jesús, les dijo: Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos. Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento.” (Mateo 9:12-13 RVG)
Él no vino a librarnos de las consecuencias, sino del pecado que las causa.
Considere que en los días del Señor en la carne y en los días de la Iglesia primitiva, Roma victimizó a muchos. Pero ¿dijo una palabra Jesucristo contra Roma? ¿Se identificó Él con las víctimas? ¿Llegó Él allí para consolarlos? No, Él les dijo que, como victimarios, tenían que arrepentirse de sus pecados. Él sabía que las víctimas de Roma eran víctimas porque ellos eran victimarios:
Lucas 13:1-5 RVG
(1) En este mismo tiempo estaban allí unos que le contaban acerca de los galileos, cuya sangre Pilato había mezclado con sus sacrificios.
(2) Y respondiendo Jesús, les dijo: “¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos?
(3) Os digo: No, antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.
(4) O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre en Siloé, y los mató, ¿pensáis que ellos eran más pecadores que todos los hombres que habitan en Jerusalén?
(5) Os digo: No, antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.”
La Iglesia Católica Romana se ha ufanado de ser la campeona de los intereses de los pobres y desamparados. Presenta a Jesucristo como Quien tiene especial interés en esta gente. Esa es una gran mentira.
Es cierto, Jesús vino a salvarnos de la destrucción, pero Él no vino con lástima por los pecadores. Él vino a redimir al pecador, llamándolo a apartarse de sus pecados. Él no vino a librarnos de las consecuencias, sino del pecado que las causa. Esto aplica a todos, ricos y pobres.
El evangelio de caridad social católico es diabólico aunque se presenta como angélico. Es engañoso aunque declara que representa la Verdad. Es destructivo aunque pretende salvar. Tales obreros (y hay muchos) salvan y preservan lo que está podrido, como si las personas fueran víctimas inocentes, pero Jesucristo vino a redimirnos de la pudrición llamándonos a reconocer que estamos podridos.
El destructor les concede derechos a los indignos, mientras que Jesús llama a la responsabilidad.
Satanás destruye con obras de preservación, mientras que Jesucristo salva en obras de destrucción.
El destructor está en la obra de encubrimiento, pero Jesucristo, en la de salvación.
El destructor presume mejorar lo que es, mientras que Jesucristo llama a la denuncia y eliminación de lo que es, para ser reemplazado con algo totalmente diferente.
Al exponernos a nosotros mismos voluntariamente, alumbramos el paso para que otros sigan el camino de la cruz hacia la vida.
2 Corintios 5:14-19 RVR
(14) Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si Uno murió por todos, luego todos murieron;
(15) y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para Aquél que murió y resucitó por ellos.
16) De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así.
(17) De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.
(18) Y todo esto proviene de Dios, Quien nos reconcilió Consigo Mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación;
(19) que Dios estaba en Cristo reconciliando Consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación.
Puesto que sabemos que todos somos culpables delante de Dios, nos damos cuenta de que podemos y debemos perdonar a todos los que nos han dañado, si es que esperamos tener el perdón y sanidad que vienen de Dios. Jesús dijo:
“Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.” (Mateo 6:14-15)
En humildad y con entendimiento, ya nunca nos ofenderemos cuando nos traten como victimarios, no importa quién nos confronte.
Con el sincero reconocimiento y arrepentimiento de ser victimarios, también les abrimos la puerta de salvación a otros. Al exponernos a nosotros mismos voluntariamente, alumbramos el paso para que otros sigan el camino de la cruz hacia la vida. Aquél que no hizo maldad asumió las consecuencias. ¿Cuánto más no debemos nosotros, que somos culpables por naturaleza, admitir nuestra culpa?
Del Salvador y Señor en Quien profesamos creer, dicen las Escrituras: “El cual no hizo pecado, ni se halló engaño en Su boca; Quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa Al Que juzga justamente” (1 Pedro 2:22-23).
Él fue la víctima de víctimas; Él fue voluntariamente victimizado por victimarios, por el bien de ellos. Escúchelo a Él. Su llamado es al arrepentimiento. Las víctimas no necesitan nada; los victimarios lo necesitan todo.
En tanto nos enfoquemos en ser víctimas, pecamos contra nuestras propias almas. Retenemos el temor y generamos auto-compasión, resentimiento y amargura. Así, continuamos siendo victimarios y permanecemos en nuestros pecados y las consecuencias del mismo.
Cristiano, ¿pecas tú contra otros, o solamente ves los pecados de otros contra ti?
Como victimarios, culpamos a otros y nos justificamos a nosotros mismos; negamos nuestro pecado y condenamos a los que pecan, especialmente si es contra nosotros. Nos hacemos culpables de las mismas cosas de las que acusamos a otros.
Romanos 2:1-4 RVR
(1) Por lo cual eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas; pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo.
(2) Mas sabemos que el juicio de Dios contra los que practican tales cosas es según verdad.
(3) ¿Y piensas esto, oh hombre, tú que juzgas a los que tal hacen, y haces lo mismo, que tú escaparás del juicio de Dios?
(4) ¿O menosprecias las riquezas de Su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que Su bondad te guía al arrepentimiento?
Cristiano, ¿dónde estás tú? ¿Ves tus pecados contra otros, o solamente ves los pecados de otros contra ti?
¿Dices ser salvo mientras estás bajo el juicio de Dios y Lo rechazas cuando Él trata de alcanzarte a ti por medio de otros para tu bien? ¿Aceptas fácilmente la simpatía, alabanza y consuelo de amigos mientras rechazas Su reprensión a través de otros como si fuera condenación del diablo? Considera.
Al verte a ti mismo como culpable, ya no te enfocarás en ti mismo como víctima. Voluntariamente sufrirás el mal y no te defenderás ni siquiera de los malhechores, y especialmente no de los que el Señor envía a decirte tus propios males.
“Porque ¿qué gloria es, si pecando vosotros sois abofeteados, y lo sufrís? Pero si haciendo bien sois afligidos, y lo sufrís, esto ciertamente es agradable delante de Dios. Porque para esto fuisteis llamados; pues que también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que vosotros sigáis sus pisadas.” (1 Pedro 2.20-21)
Los victimarios reciben perdón; las víctimas no. Si dices que miras, tu ceguera permanece; al confesarte como perpetrador, verás y te levantarás de la tumba.
Hasta entonces, eres un creyente hipócrita que camina en los pasos del destructor, un hijo de las tinieblas que se presenta como hijo de luz, adorando a Dios en vano con tus labios mientras nutres tu corazón malvado, “victimizado.”
Al apartarte de tu pecado y reconocer que necesitas el perdón, lo recibirás. Al recibir el perdón, estarás preparado para concedérselo a otros. La liberación y la sanidad empezarán a dar fruto en ti y en otros. Es allí donde la Nueva Jerusalén desciende a la tierra, y el león se echa con el cordero. Se establece el Sabbat, y reina la paz. Que prevalezca la verdad.
¿Quieres verte a ti mismo como el victimario que eres? Rasga tus vestiduras (quítate tus ropas finas de pretensión e hipocresía); ponte lo que mereces – silicio – y cubre tu cabeza con cenizas (humíllate). ¿Cómo se hace eso? Ayuna y ora – prolongadamente.
Víctor Hafichuk
Traducido al español por Edwin Romero
Translated into Spanish by Edwin Romero