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“Pero tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte, para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos.” (2 Corintios 1:9 RVG)
Un evento de mi etapa preescolar tuvo un gran impacto sobre mí. Como resultado de un evento natural muy agradable, me di cuenta de que de algún modo yo quería estar con Dios, Sus santos y Sus ángeles del Cielo. Pero también me di cuenta que para llegar allí, yo tendría que morir. La entrada al Cielo me costaría todo lo que estimaba precioso para mí, como mis padres, y hasta mi vida.
Me han dicho que en algunos ejércitos, si no en todos, entrenan a los hombres para morir. Yo he oído a motivadores cuando dicen que para tener éxito, uno debe enfrentar los obstáculos y los retos con la mentalidad de: “Lo voy a hacer aunque me muera en el intento, y probablemente así será.”
Era Su deber más solemne pagar el más alto precio.
Hace dos mil años, Jesucristo vino a la tierra para un solo propósito. No fue el de predicar. No fue el de comenzar una religión. No fue el de ayudar a los pobres. No fue para dar un buen ejemplo. Él vino para hacer la voluntad del Padre. ¿Cuál era la voluntad del Padre? Era que Su Hijo pusiera Su vida por todos los hombres. Jesucristo vino a morir. No era cuestión de probabilidades. No había otra opción. Dios lo predeterminó:
“El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.” (Juan 1:29 RVG)
“A Éste, entregado por el plan predeterminado y el previo conocimiento de Dios, clavasteis en una cruz por manos de impíos y le matasteis. A Quien Dios resucitó, poniendo fin a los dolores de la muerte, puesto que no era posible que Él quedara bajo el dominio de ella.” (Hechos 2:23-24 LBLA)
Aunque Él hubiera sanado a todas las personas, les hubiera dado provisión a todos los pobres, hubiera realizado cada gran milagro posible, y hubiera pasado toda una vida dando el mejor ejemplo de cómo vivir, pero no hubiera muerto, nosotros no tendríamos esperanza. Sólo mediante Su muerte es que el hombre tiene esperanza de redención y de restauración a la armonía con Dios. Nuestra deuda con Dios era demasiado grande para que la pagáramos, tan grande que no podíamos pagar ni una pequeña fracción de ella. Su sangre fue tan valiosa que Él pudo pagar toda la deuda.
Como se profetizó en las Escrituras siglos y milenios atrás, Su llamado, Su trabajo, Su solemne deber era pagar el más alto precio. Él vino y Él lo pagó, totalmente. En la cruz, Él se refirió a Su gran misión, diciendo: “Consumado es.”
En tres días, Él se levantó de los muertos, así como profetizó que lo haría. Nada pudo impedírselo, ni los judíos, ni el ejército romano, ni los poderes del infierno, y ni la muerte misma. Mediante Su resurrección de entre los muertos:
“Y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en Sí mismo.” (Colosenses 2:15 RVG)
Él lo venció todo. Después de la resurrección, Él pudo declarar:
“Toda autoridad Me es dada en los Cielos y en la tierra.” (Mateo 28:18 RVG)
La muerte debe llegar; sin muerte, no hay victoria.
Después de Su ascensión al Cielo, Él declaró:
“No temas; Yo soy el Primero y el Último; el que vivo, y estuve muerto; y he aquí que vivo para siempre, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del infierno. (Apocalipsis 1:17-18 RVG)
A Él, el Padre le dijo:
“Siéntate a mi diestra, entretanto que pongo tus enemigos por estrado de tus pies. (Salmo 110:1 SSE)
Todos los que han tomado la cruz y han seguido a su resucitado Señor y Salvador hasta el final han llegado a conocer el poder de Su resurrección. Ellos han aprendido por experiencia que no hay victoria sin muerte. La muerte debe llegar; sin muerte, no hay victoria. No hay otra manera. De hecho, un verdadero cristiano es la misma representación de la verdad en su propia existencia.
“De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto.” (Juan 12:24 RVG)
Sólo quienes de verdad le aman a Él perderán sus vidas por Él. Él no espera nada menos:
“El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará. Si alguno Me sirve, sígame; y donde Yo estuviere, allí estará también Mi servidor. Si alguno Me sirviere, Mi Padre le honrará.” (Juan 12:25-26 RVG)
Hacerse llamar cristiano significa morir.
Su fiel siervo Pablo dejó bien claro el llamado y responsabilidad del cristiano genuino:
“Por tanto, os ruego hermanos por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. Y no os conforméis a este mundo; mas transformaos por la renovación de vuestra mente, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” (Romanos 12:1-2 RVG)
Tomar la cruz no se considera algo excepcional. No es el deber solamente de los ministros cristianos, tales como apóstoles o profetas. No es una opción para los que han de tomar el Nombre de Jesucristo (haciéndose llamar cristianos o judíos espirituales). De hecho, hacerse llamar cristiano significa morir. Un cristiano es uno que continúa la vida de Jesucristo en la tierra. Pablo fue puesto por el Señor como uno a quien seguir así como él siguió a Cristo. Él dijo:
“Que ahora me regocijo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por Su cuerpo, que es la iglesia.” (Colosenses 1:24 RVG)
Él me estaba atrayendo al Calvario.
Sólo la sentencia de muerte será suficiente y prevalecerá para con Dios. Sólo la sentencia de muerte servirá. Pablo les dijo a todos los creyentes:
“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús; el cual, siendo en forma de Dios, no tuvo por usurpación el ser igual a Dios; sino que se despojó a Sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y hallado en la condición de hombre, se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” (Filipenses 2:5-8)
Cuando yo creí por primera vez en 1973, estos versos que cito arriba vinieron a mí todos a la vez, junto con los que aún estoy por citar. Yo miré alrededor y vi a todo mundo jugando a la iglesia, llenándose de religión, deleitándose en obras y en doctrina, y adoptando la profesión del cristianismo como una actividad buena, útil y hasta disfrutable. Para muchos, parecía como algo social igual que cualquier otra cosa.
A mí me sorprendía que ellos no miraran, ni oyeran, ni sintieran aquel paciente, pero urgente, desgarre del corazón que con frecuencia a mí me sacaba las lágrimas. Yo sabía que yo había sido llamado a la muerte, pero ellos no lo sabían. ¿Por qué no lo sabían? Dios no estaba tratando con ellos. Él estaba tratando conmigo. Él me estaba atrayendo al Calvario.
Si yo iba a ser Suyo, yo ya no iba a ser del mundo, ni siquiera de mí mismo.
Fue una experiencia agridulce que me duró por algún tiempo. Fue amarga porque significaba dejarlo todo y a todos los que yo consideraba cercanos y preciados. Yo sabía que me iba a echar de enemigos a los hombres, no que yo me iba a hacer enemigo de ellos, sino que hasta los más cercanos a mí se iban a hacer enemigos míos. Ellos no entenderían. Él me lo había advertido personalmente por adelantado, así como Él lo dijo en esta Escritura:
“Y los enemigos del hombre serán los de su propia casa.” (Mateo 10:36 RVG)
Yo sabía que si yo iba a ser Suyo, ya no iba a ser del mundo, ni siquiera de mí mismo:
“Con Cristo estoy juntamente crucificado; mas vivo, ya no yo, sino que Cristo vive en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a Sí mismo por mí.” (Gálatas 2:20 RVG)
Es de verdad raro el que se hace llamar cristiano y que tiene la sentencia de muerte sobre sí mismo. El primer cristiano debe irse, ese cristiano del primer Adán, para dar lugar al cristiano del postrer Adán. El primer Adán debe menguar para que el postrer Adán crezca. No hay otra alternativa más que la que el sol tuviera de decidir ponerse en el este, norte o sur.
Satanás sabe que él puede hacer cualquier cosa excepto resucitar de entre los muertos.
La cizaña son “cristianos.” Ellos reclaman todos los derechos y virtudes de los creyentes, y ellos son creyentes, por lo menos en apariencia, profesión y convicción, pero ellos no han tomado la cruz. La muerte es el terreno sobre el cual Satanás, el engañador, se rehúsa a pararse. Él puede imitar palabras, apariencias, doctrina y hasta, si no es que especialmente, el amor. Él puede imitar la devoción y el sacrificio, y ser súper elocuente al predicar el evangelio, citando la Biblia de memoria, si es necesario. Él puede incluso hacer señales, milagros y maravillas.
Él le podrá dar su cuerpo para ser quemado, pero se rehusará a rendir su identidad y perderla completamente por Cristo. Él es el Gran Impostor, el ángel de luz negra, el Mentiroso de los mentirosos. Sólo hay una cosa que lo descubre y lo detiene en su camino – la cruz. La cruz divide las ovejas de las cabras. La cruz es donde las cosas empiezan a trabajar. Satanás sabe que él lo puede hacer todo excepto levantarse de entre los muertos.
Primero vienen el dolor y el sufrimiento, luego la paz y el gozo.
La cizaña no tiene semilla ni corazón. Los que son cizaña son superficiales, llenos de palabras piadosas pero carentes de todo fruto bueno, aunque pueden estar llenos de buenas obras. Ellos son la semilla del enemigo, quienes se transforman en ministros y hermanos de Cristo. En el día final, que es hoy, Él les dice a esos:
“Les digo que no sé de dónde son. ¡Apártense de Mí, todos los que hacen iniquidad!” (Lucas 13:27 NBLH)
¿Quién está a favor de la vida? Que primero se identifique con la muerte, porque de la mano del Señor, la muerte viene primero. Primero vienen el dolor y el sufrimiento, luego la paz y el gozo:
“Bienaventurados ustedes los que ahora tienen hambre, porque serán saciados. Bienaventurados ustedes los que ahora lloran, porque reirán.” (Lucas 6:24-26 NBLH)
El enemigo hace creer al mundo que la vida viene primero.
“Pero ¡ay de ustedes los ricos! Porque ya están recibiendo todo su consuelo. ¡Ay de ustedes, los que ahora están saciados! Porque tendrán hambre. ¡Ay de ustedes, los que ahora ríen! Porque se lamentarán y llorarán. ¡Ay de ustedes, cuando todos los hombres hablen bien de ustedes! Porque de la misma manera trataban sus padres a los falsos profetas.” (Lucas 6:24-26 RVG)
Temor – El Rechazo a la Muerte
Los temerosos no pueden prevalecer. ¿Qué es el temor? El temor es la indisposición a perder, a fracasar, a sufrir o a morir. El temor es una posición egoísta. Es un estorbo peligroso y traicionero a todos los involucrados:
“Entonces los oficiales hablarán otra vez al pueblo, y dirán: ¿Quién es hombre medroso y de corazón apocado? Que salga y regrese a su casa para que no haga desfallecer el corazón de sus hermanos como desfallece el corazón suyo.” (Deuteronomio 20:8 LBLA)
El temor niega el reinado del Reino de Dios sobre todas las cosas.
“Ahora pues, proclama a oídos del pueblo, diciendo: ‘Cualquiera que tenga miedo y tiemble, que regrese y parta del monte Galaad.’ Y veintidós mil personas regresaron, pero quedaron diez mil.” (Jueces 7:3 LBLA)
El temor niega el reinado del Reino de Dios sobre todas las cosas, incluyendo la muerte y el infierno.
Jesús dijo esto:
“Ninguno tiene más amor que este, que el que pone su vida por sus amigos.” (Juan 15:13 RVR)
¿Era esta una necesidad sólo para Él o lo es para todos lo que le siguen a Él?
“Este es Mi mandamiento, que se amen los unos a los otros.” (Juan 15:12 NBLA)
Juan, uno de los muchos que puso su vida en y por el Señor, dijo esto:
“En esto se perfecciona el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio, pues como Él es, así somos también nosotros en este mundo. En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor, porque el temor involucra castigo, y el que teme no es hecho perfecto en el amor.” (NBLH)
Una muerte virtuosa es la salida hacia la victoria.
¿Cómo se vence el temor? Esto es lo que dijo Pablo:
2 Timoteo 1:7-11 LBLA
(7) Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.
(8) Por tanto, no te avergüences del testimonio de nuestro Señor, ni de mí, prisionero Suyo, sino participa conmigo en las aflicciones por el evangelio, según el poder de Dios,
(9) Quien nos ha salvado y nos ha llamado con un llamamiento santo, no según nuestras obras, sino según Su propósito y según la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús desde la eternidad,
(10) y que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Cristo Jesús, Quien abolió la muerte y sacó a la luz la vida y la inmortalidad por medio del evangelio,
(11) para el cual yo fui constituido predicador, apóstol y maestro.
Una muerte virtuosa es la salida hacia la victoria. Esa muerte comienza en el momento que uno se convierte en un verdadero creyente en el Señor Jesucristo, siguiéndolo fuera de la puerta y del campamento, donde están los santos y los ángeles y donde los hombres temen y les parece imposible pararse:
“Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante Su propia sangre, padeció fuera de la puerta. Así pues, salgamos a Él fuera del campamento, llevando Su oprobio.” (Hebreos 13:12-13 LBLA)
Cualquier otra forma de cristianismo es seudo-cristianismo. Jesús dijo:
“Si alguno viene a Mí, y no aborrece a su padre y madre, a su mujer e hijos, a sus hermanos y hermanas, y aun hasta su propia vida, no puede ser Mi discípulo. El que no carga su cruz y viene en pos de Mí, no puede ser Mi discípulo.” (Lucas 14:26-27 LBLA)
Esta es la verdadera fe y el único camino hacia la victoria de la vida. Es el camino de la cruz.
¿Qué significa tomar la cruz? Significa rendir todo lo que es de gran valor para uno, en obediencia al Señor. A menos que sea algo que nos cueste sin la garantía de recuperarlo, excepto por un milagro, no es la cruz. La cruz significa dejar aquello que es valioso, cuando Dios nos dirige a hacerlo.
La cruz es obedecer en algo que le cuesta al que está obedeciendo, así como Abraham ofreció su amado hijo Isaac por fe. Es salir de este mundo y entrar en otra naturaleza, paso a paso, un poquito aquí, un poquito allá. La cruz es obediencia a Dios, contando el mundo venidero como de mayor valor que el presente.
La cruz es una vida rendida que lleva a vida eterna. Para con Dios, solamente la cruz, la sentencia de muerte, servirá.
Víctor Hafichuk
Traducido al español por Edwin Romero
Translated into Spanish by Edwin Romero