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Yace en el seno de cada ser creado a imagen de Dios el anhelo de una paz y comunión genuina con los demás, de unidad con las personas de la misma especie. Dios nunca pensó que el hombre estuviera solo, y por lo tanto el hombre es naturalmente gregario.
“Y dijo el Señor Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él.” (Génesis 2:18 RVG)
Pero el pecado, desde el principio, ha corrompido la compatibilidad de la humanidad de modo que aun los hermanos como Caín y Abel no fueron capaces de mantener una unidad armoniosa.
Y ¿cuál ha sido la causa de la división en el hombre? Así como Dios fue el Factor Primario con Caín y Abel, así lo es con nosotros. Todo se trataba de lo que Dios aprobara o desaprobara. Todo se trataba de Su voluntad, no la de Adán, ni la de Eva, ni la de Abel, ni la de Caín, ni la de nadie.
“Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, y de su grosura. Y miró el Señor con agrado a Abel y a su ofrenda; mas no miró con agrado a Caín y a su ofrenda. Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante.” (Génesis 4:4-5 RVG)
En la naturaleza caída, quedamos desconectados los unos de los otros.
Todo se trata de la voluntad de Dios hoy. Nuestro Ejemplo Supremo oró, “No se haga Mi voluntad, sino la Tuya.” Esa es la respuesta a toda división y conflicto.
Nuestro problema comenzó con la serpiente y el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal en el Jardín del Edén.
Primero, en la desobediencia, quedamos desconectados de Dios, a lo cual Dios llama muerte:
“Y mandó el Señor Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto libremente podrás comer; pero del árbol del conocimiento del bien y el mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás.” (Génesis 2:16-17 RVG)
En ese día, Adán y Eva murieron. Entonces, en la naturaleza caída – morando en muerte e infierno (tinieblas) – quedamos desconectados los unos de los otros. Esa desconexión también es muerte y se manifiesta como infierno.
Hasta este día, la única motivación para cooperar con otros, entre los que no han sido redimidos por la sangre de Cristo (los que no han sido renacidos de, ni perfeccionados en, el Espíritu de Dios), ha sido una motivación de servirse a sí mismos. No hay una persona viva que haga algo a menos que haya algo de ganancia allí para él. Eso no es bueno.
Esta realidad la podemos ver fácilmente en cualquier estructura donde las personas se han juntado para algún propósito en especial, en los negocios, en las compañías, sindicatos, gobiernos, partidos políticos, alianzas, asociaciones, sociedades, consorcios, ejércitos, pandillas callejeras, matrimonios, hermandades, clubs, comunidades, escuelas, iglesias, ciudades, reinos, naciones, y sí, aun tribus, clanes y familias.
En ninguna de estas ha habido armonía perfecta. Por eso es que aun en los matrimonios, la clase de unidad más cercana en la tierra, el divorcio se ha generalizado, a menudo acompañado de la desintegración de las familias, hijos apartándose prematuramente de sus padres y hermanos, forzadamente, con disgusto, y aun violentamente.
Jesucristo pavimentó el camino para que la humanidad fuera restaurada a la comunión con Él.
Está escrito que Caín se fue y construyó una ciudad, una forma de tratar de unir a la gente. ¿Por qué haría eso él? El pecado trae temor, de donde nace el esfuerzo por encontrar solaz y consuelo. Caín no lo hizo por el bien de otros; sus antecedentes son prueba de ello. Con el rostro demudado y atemorizado, él lo hizo por sí mismo. Si no es por la gracia de Dios, todo hombre busca su propio bienestar, no el de su prójimo. Esa es la misma esencia de la naturaleza de pecado. ¿Y encontró él unidad y seguridad? ¿Existe alguna ciudad que provea esos beneficios? No en la tierra, no la hay.
Entonces vino el Salvador de toda la humanidad, Jesucristo, Quien sin egoísmo puso Su vida y la volvió a tomar de modo que nosotros fuésemos liberados de la tragedia de nuestra separación de Dios. Jesucristo pavimentó el camino para que la humanidad fuera restaurada a la comunión con Él en la consumación de los tiempos. Por gracia se nos concede la oportunidad de renovar la maravillosa comunión que Adán y Eva tuvieron con nuestro Creador antes de la Caída. La comunión con Dios automáticamente nos capacita para tener la misma comunión con nuestro prójimo, siempre y cuando él también haya renovado esa comunión con Dios.
“Mas si andamos en luz, como Él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.” (1 Juan 1:7 RVG)
Igual que Caín, hemos vivido matando a nuestros “hermanos,” pero ahora se acerca un nuevo amanecer.
Nuestro bienestar total gira alrededor del Señor Jesucristo, el Mediador entre Dios y el hombre, el Facilitador para ser y hacer lo bueno.
A Él lo hemos aborrecido, y como consecuencia hemos aborrecido a nuestros hermanos, prefiriéndonos a nosotros mismos y nuestro propio bienestar antes que el ajeno. Hemos sido un puñado de egoístas e inicuos; en el proceso, nos hemos estado destruyendo a nosotros mismos así como los unos a los otros en pensamientos, palabras y acciones.
A través de toda la historia humana, no hemos tenido más que desacuerdos, pleitos y derramamiento de sangre. Igual que Caín, hemos vivido matando a nuestros “hermanos” para obtener lo que queremos, individualmente o colectivamente. Pero ahora se acerca un nuevo amanecer.
Como nuestro bienestar, en todo aspecto, gira alrededor de Dios y Su voluntad, se entiende que debemos tener una buena relación con el Señor Jesucristo, el Creador y Gobernador de todas las cosas. Él es nuestra única esperanza. Debemos nacer de nuevo, no físicamente, pero sí muy literalmente. Jesucristo debe venir a nosotros a vivir como Consolador, Hermano, Padre y Señor. Tenemos que ser salvos.
Tristemente, los hombres han presumido adorarle a Él y tener Su favor, pero no ha sido algo genuino para la gran mayoría. En esa presunción, han caminado en su propia justicia, creyendo que sirven a Dios mientras desprecian y aun matan a sus hermanos. Los hombres han edificado incontables reinos en nombre de sus dioses, incluso en el Nombre del Señor Jesucristo. Ellos han sembrado engaño y han cosechado vanidad, para su propia destrucción.
¿Cómo podemos tener esa bendita unidad los unos con los otros?
Pero ahora se acerca un nuevo amanecer. Ya basta de religión hecha por hombres. Basta de obras humanas, no importa qué tan bien intencionadas y valiosas puedan parecer. Basta de opiniones de los hombres e inventos en el Nombre de Dios. Ahora es el Día del Señor, y es Su tiempo de hablar y de actuar. Y solamente Él puede hacerlo:
“Es natural para el hombre hacer un caos; solamente Dios es capaz de arreglarlo” (The Path of Truth, Proverbio 1476).
“Y si aquellos días no fuesen acortados, ninguna carne sería salva. Pero por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados.” (Mateo 24:22 RVG)
Entonces, ¿qué hacemos ahora? ¿Cómo podemos tener esa bendita unidad unos con otros? Considere este maravilloso Salmo que describe la unidad:
“¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía! Es como el buen óleo sobre la cabeza, el cual desciende sobre la barba, la barba de Aarón, y que baja hasta el borde de sus vestiduras; como el rocío de Hermón, que desciende sobre los montes de Sión; porque allí envía el Señor bendición, y vida eterna.” (Salmo 133:1-3 RVG)
¡La unidad fluyendo de la cabeza a los pies! ¿Cuántos la han tenido? ¿La ha tenido usted? ¿De verdad?
Aquí está lo que se necesita para tener esa unidad: Dios tiene que hacerlo, porque hasta que Él lo lleve a usted a la cruz y su voluntad sea sometida a la de Él, usted nunca podrá tener unidad ni con una persona, no importa si esa persona ha ido a la cruz o no. Es correcto – si no se tiene la cruz de Jesucristo en común, no puede haber unidad perfecta.
¿Qué hacemos entonces? Lo único que podemos hacer es venir al Padre, sin una agenda, sin esperar nada a cambio, y poner a Sus pies nuestras vidas, incluyendo todo lo que poseemos en cualquier forma, y dejarlo todo allí.
En tanto que la carne de una persona esté presente y viva, no podrá haber verdadera unidad.
Nosotros tenemos una comunidad donde varios han hecho justamente eso. Es una bendición que uno apenas alcanza a soñar o a imaginar. Es una realidad que resulta totalmente extraña para alguien que nunca la haya experimentado. La mayoría de los que nombran el Nombre del Señor Jesucristo no pueden ni imaginarse la verdadera unidad, pues ellos no han muerto a sus propias voluntades. Ellos sólo han experimentado emociones y unidades carnales de varias índoles y niveles, pero ser de un solo corazón y una sola alma con otro requiere el trabajo de Dios a través de la cruz de Jesucristo; se requiere la muerte para cada quien.
Las iglesias y todas las agrupaciones que he mencionado tienen una idea superficial de lo que es la unidad, una muy diferente de la realidad. Incluyo a aquellos que, para ser parte de ellos, requieren la rendición de todos los bienes terrenales– todos son lo mismo. La unidad en el cristianismo nominal y en cualquier otra religión y obra religiosa es superficial, temporal, y vulnerable a muchas y variadas amenazas. Eso es porque la carne sigue presente. En tanto que la carne de una persona esté presente y viva, no podrá haber verdadera unidad. Mientras el hombre vive, Dios mengua en él, Él es contristado y Su Espíritu se apaga.
¿Ha pasado usted saltando de iglesia en iglesia? ¿Está usted insatisfecho con la iglesia donde asiste, aunque usted ha sido un miembro allí en buenos términos por años o décadas? O ¿está usted simplemente satisfecho con la naturaleza y nivel de unidad que tiene, sea con su iglesia, con su familia, o con la familia de su iglesia? Si eso es suficiente para usted, a menos que Dios le seque su oasis y lo lleve más lejos a usted, no hay nada que usted o yo podamos hacer al respecto. Usted se quedará con su unidad y lo que sea que tenga.
En tanto que usted esté unido a este mundo o a la carne de alguien, usted nunca experimentará la unidad de Dios en el corazón y en el alma con ninguna persona. Usted puede amar a su esposa o esposo, a su pastor, a sus hijos, a su madre o a su padre, pero a menos que se le haya concedido la muerte y resurrección de Jesucristo y a menos que usted tenga con Él una unidad que ningún hombre pueda alterar, usted nunca tendrá la unidad de unidades con nadie.
Usted puede desear ser ministrado, o bien puede desear ministrar a otros. Usted puede desear ser aceptado y amado; puede tratar de aceptar a otros y amarlos. Nada funcionará, sin embargo, hasta que su voluntad y la de ellos se hayan rendido.
Habiendo muerto en Él, ellos son bendecidos con la unidad de los unos con los otros para siempre.
El problema es que usted no puede rendir su propia voluntad. Usted se resistirá a la cruz hasta que su voluntad sea quitada del camino. Necesitamos un Salvador; Dios tiene que hacer lo que tenga que hacer con usted. Usted debe perderlo todo, para siempre. Usted tiene que abandonar su identidad totalmente.
“Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia.” (Filipenses 1:21 RVG)
“Con Cristo estoy juntamente crucificado; mas vivo, ya no yo, sino que Cristo vive en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.” (Gálatas 2:20 RVG)
No me malentienda – aún puede haber problemas y conflictos; puede haber desacuerdos, enojo, frustración y decepciones. Pero anulando todo eso entre los que han muerto, hay una permanente unidad que solamente Dios podría quitar, y ¿por qué querría Él hacer eso una vez que los individuos en Cristo la tengan? Habiendo muerto en Él, ellos son bendecidos con la unidad de los unos con los otros para siempre, con y en Él, lo cual ningún hombre les podrá quitar. Como dice una canción: “Yo tengo algo que el mundo no puede dar, y que el mundo no puede quitar.” ¡Amén! ¡Esto es algo maravilloso!
Así que ¿quién está listo para la unidad con los santos de Dios? Cuando usted escoge seguir vivo, vive solo, en muerte. Pero “¡Vengan,” dice el Señor Jesús, “mueran y vivan para siempre!”
Víctor Hafichuk
Traducido al español por Edwin Romero
Translated into Spanish by Edwin Romero