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Fui elprimogénito de una familia católica ucraniana. Aquí fue donde por primera vez tuve la noción de la existencia de Dios y de otro mundo: Una tarde, íbamos con mis padres manejando de regreso a casa; veníamos de la ciudad al atardecer. Yo tenía como 4 años. El sol había dejado una especie de resplandor en unas nubes en el horizonte, locual les daba un efecto especial como el de una refulgente habitación celestial.
Mi mamá señaló esa bella escena y dijo (en ucraniano), –Mira hijo, eso que se ve allí es el Cielo. ¡Dios, los ángeles y los santos están todos cantando y regocijándose!—Ese evento fue bastante estremecedor para mí. Yo supe que yo quería estar allí y no sé si mi madre me dijo que tendría que morir primero (físicamente) para ir al Cielo, o si instintivamente yo supe que eso era lo que tenía que hacer para llegar allá. Lo que sí sabía era que tenía que morir. Sabía que tenía que dejarlo todo o perderlo todo en este mundo para tener el inmenso privilegio de estar con Dios. Fue una experiencia agridulce, emocionante pero profundamente triste. Sin saberlo yo, llegaría a entender esa realidad durante esta vida.
“Dios, si Tú quieres manifestarte a mí, por favor, hazlo.”
La siguiente ocasión en que recuerdo haber tenido un “encuentro” con Dios fue cuando yo tenía como 11 o 12 años. Las cosas me iban mal, una tras otra. Yo estaba exasperado. Un día, estaba yo cortando leña debajo de un árbol y cuando bajé el hacha, halé una rama que me cayó en la cabeza; eso me asustó. Parecía como que el cielo estaba cayendo sobre mí. Yo clamé a Dios desesperadamente, atemorizado y quebrantado. Luego de eso, sentí una gran paz y no tuve más incidentes de ese tipo por algún tiempo.
Cuando yo tenía cerca de 25 años, tuve un “accidente” esquiando. Estuve sin trabajar por tres meses y medio y en fisioterapia por mucho más tiempo. Durante ese tiempo, dentro de mí comenzó la búsqueda de un mayor significado de la vida. Se me despertaron algunas preguntas como –¿Quién soy yo? ¿Por qué estoy aquí? ¿Existe Dios? ¿Me podrá hablar a mí? ¿Qué querrá El de mí?–. Empecé a buscar varias causas, filosofías, religiones, y comencé a leer la Biblia.
Por una serie de circunstancias peculiares, me dieron un trabajo en otra compañía y me enviaron a una ciudad a cientos de kilómetros de donde yo vivía. Fui separado de mi familia, amigos y lugares conocidos. Era un trabajo tranquilo, con mucho tiempo para pensar, meditar, leer la Biblia y buscar a Dios.
Durante ese período en 1972, comencé a orar, clamando a Dios diciéndole “Si Tú estás allí, Dios, si puedo hablar contigo, si tú quieres manifestarte, por favor, por favor, hazlo.” Noche tras noche, yo me arrodillaba junto a mi cama y clamaba a Dios en quieta desesperación. Ese vacío e insatisfacción interior respecto de las cosas de este mundo se volvían más intensos hasta sentir que, a menos que Dios me respondiera, yo no tenía razón para seguir viviendo.
Ese año de 1972, decidí hacer un ayuno de tres días y tres noches, sin comida ni bebida. Fue para ese tiempo que tuve un sueño con el Señor Jesucristo, algo que yo conocía por el término de “La Segunda Venida.” Yo vi Su Rostro. Era un rostro como el de ningún otro…perfecto en belleza, amor, poder, sabiduría, conocimiento y paz. Su rostro lucía sencillo y distintivamente judío, y sin embargo, era universal. Un hombre caminaba con Él a Su izquierda, y el rostro de ese hombre era también distintivamente judío, aunque no universal. El se veía lleno de reverencia, agradecimiento y gozo, todo a causa de Aquél con quien él caminaba y a quien él adoraba. Ambos, el Señor Jesús y el hombre que caminaba con él, tenían barbas nítidas, cabello corto y vestidos sacerdotales de realeza.
Al contemplar a estas dos personas, yo me sentí condenado, no por el Señor o por el hombre que iba con él, sino por mi propia corrupción y doctrina religiosa. Como católico, me habían enseñado que si yo moría con pecado mortal en mi alma, iría al infierno y ardería con terrible dolor para siempre jamás, o que si el Señor venía y yo seguía en pecado mortal, yo sufriría las mismas consecuencias. Al venir al mundo, el Señor reconocía a muy pocas personas al pasar por este mundo, el cual se quedó muy quieto, sólo mirando y asombrado. El no me reconoció a mí y yo sabía que no podría hacerlo. Yo temía ser rechazado y condenado por toda la eternidad. Cuando me desperté, mi ropa estaba toda mojada por el sudor.
Comencé a creer que Jesucristo era la respuesta para mí y para toda la humanidad.
Muy perturbado y sin saber qué hacer, una o dos semanas más tarde tuve un segundo sueño de parte de Dios, en el cual se me informaba que yo necesitaba alimento espiritual. Entonces me puse a tratar de cambiar mi vida para librarme de mis pecados, para hacerme a mí mismo agradable y aceptable para el Señor. Pronto empecé a darme cuenta de la imposibilidad de tal tarea por mi parte. Me desesperé y casi hasta me di completamente por vencido de seguir intentándolo, cuando en eso, tuve un tercer sueño el cual fue un aliciente para continuar. Simbólicamente el sueño me decía que ya casi llegaba “allí”.
Para leer acerca de este sueño con mayores detalles haga click en este vínculo.
La Fiesta de la Pascua
Poco tiempo después, el Señor me envió un hombre anciano, George Lynn, para darme testimonio y para enseñarme con las Escrituras, tanto del Viejo como del Nuevo Testamento. Él era muy conocedor de la Biblia. Por algunos días, al saber que yo era católico, él empezó a hablarme de lo corrupta que era la Iglesia Católica Romana. Me relató sobre algunos de los pecados más viles e incidentes que prevalecían en ella. Sin embargo, lo único que él logró fue enojarme.
Con la sabiduría que Dios le había dado, dejó de criticar a mi iglesia y, en vez de eso, profundizó más en las Escrituras y me habló del Señor y de su amor y sacrificio por mí, y de cómo yo necesitaba recibir y someterme a Jesucristo como Señor de mi vida. El me aclaró que no había nada que yo pudiera hacer para salvarme a mí mismo, que yo necesitaba al Todopoderoso y Único Salvador para que Él hiciera el trabajo. Me compartió cientos de versículos de las Escrituras, por varias horas al día.
En particular, recuerdo versículos de las epístolas del apóstol Pablo, tales como:
Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios. No por obras, para que nadie se gloríe, (Ef.2:8-9 VRV95)
Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios. (Rom. 3:23 VRV95)
Y: porque la paga del pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro. (Rom. 6:23 VRV95)
Para animarme a creer en la veracidad y autoridad de las Escrituras, George compartió conmigo (además de otros pasajes) las palabras que el apóstol Pablo le escribió a Timoteo diciendo:
Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra. (2 Tim. 3:16-17 VRV).
Yo experimenté un gozo que nunca había conocido, paz, satisfacción, dirección y propósito.
Había muchos versículos, pero los que más sobresalían y parecían ser clave para mí eran:
Pero ¿qué dice?: «Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón». Esta es la palabra de fe que predicamos:
Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo, porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.
La Escritura dice: «Todo aquel que en él cree, no será defraudado» (Rom. 10: 8-11 VRV)
Luego de siete noches, cada una con varias horas de instrucción, empecé a creer que Jesucristo era la respuesta para mí y para toda la humanidad. Yo sabía que yo no estaba bien con Dios, que no era capaz de arreglarme con Él yo mismo, pero ¡cuánto quería yo estar bien con Él!, y aquí estaba George diciéndome exactamente cómo eso era posible y la única manera cómo era posible.
Un poco así como con pena, me puse de rodillas junto con George y él se sorprendió de que yo no supiera cómo orar. ¿Qué debía decir? Luego George me aconsejó que hablara de manera simple y honesta con Dios, como hablando a alguien a quien respetaba pero con quien podía expresarme sin formalismos. Confesé que yo era un inútil pecador y le pedí al Señor Jesucristo que me perdonara por mis pecados y que tomara control de mi vida, la cual –confesé- no podía manejar o cambiar yo mismo. (El sabía que yo había intentado cambiar y había fracasado miserablemente.) No sentí, ni oí, ni miré nada especial o inusual. Sintiéndome un poco decepcionado, pero de cierto modo en paz, me fui a mi casa.
En los días siguientes, me empezaron a ocurrir cambios sobre los cuales yo no tenía control y por los cuales no podía tomarme el crédito para nada . Los vicios y hábitos que yo había tratado de vencer y habiendo fracasado, me fueron quitados. Me encontré teniendo nuevos deseos, un gozo que nunca había conocido, paz, satisfacción, dirección y propósito. Por primera vez, yo tenía Vida. La Biblia se volvió como un nuevo libro para mí. Antes de esta ocasión tan trascendental, una vez yo la había leído toda, pero no había entendido nada. Ahora yo estaba completamente interesado y entusiasmado por su contenido. Este libro estaba vivo y su significado era infinito. ¡Dios era real!
“¿Sabes qué, Víctor?” me dijo mi hermana, “No me gusta el ‘nuevo tú.’”
Permítanme ser muy sincero aquí, para que puedan apreciar qué clase de cambio ocurrió en mi vida en ese tiempo. Cuando era católico, yo servía en el altar, era presidente del club de jóvenes y solista en el coro. Fui al catequismo, a la confirmación, a confesión, a comunión y hasta asistí a un seminario menor por un año. Hice todo eso. Al mismo tiempo, yo era un gran tonto, mentiroso, ladrón, engañador, falso, pervertido, cobarde, traidor, hipócrita, fornicario, adúltero, masturbador, blasfemo, idólatra, borracho, glotón, fumador y más.
Constantemente, iba a confesarme y continuamente pecaba. No lo hacía cínicamente, pero sí con culpa, impotencia, frustración y temor. Por fuera, yo sólo era risas, bromas y chistes, pero por dentro era un desastre. Por ejemplo, desde la pubertad, yo siempre me había masturbado y cuando se llegó el momento en que con todas mis fuerzas quise dejar de hacerlo, me di cuenta que era esclavo de eso, incapaz de renunciar. Ahora me doy cuenta del gran daño que causé, pero me pregunto si los que me enseñaron, quienes nunca han conocido a Jesucristo y su salvación, se dan cuenta de qué les ocurrió a ellos.
Aunque he confesado algunas cosas, hay pecados que no me atrevo a confesar aquí por ser tan despreciables que no quiero ensuciar sus mentes con la idea de esos pecados. Estaría cometiendo otro pecado al divulgar aquellos. Sólo quiero decirles a todos que hay esperanzas, no importa lo viles que puedan ser sus pecados. He aprendido que todos somos capaces de lo peor, cada uno y hasta el último de nosotros. Había esperanza y salvación para mí. Después de todo, Jesús pagó el precio por cada pecado.
Cuando el Señor me liberó de mis pecados y tomó el control de mi vida, dándole vuelta al derecho y al revés, hubo división entre mi familia, mis amigos, mis asociados y yo. El sacerdote de la parroquia católica y todos los católicos me condenaron por lo que me había ocurrido. Mi familia se volvió tinieblas. Mi hermana me echó de su casa y todos ellos me evitaban.
Mientras era católico, yo era todas esas cosas que he mencionado, varias de las cuales eran conocidas por muchos; sin embargo, nadie de la familia o de la iglesia católica tenía problemas conmigo. De verdad, yo era uno de ellos, pero en el momento en que confesé a Jesucristo como Señor y fui liberado de esos pecados, vicios y hábitos tan viles, mi familia me evadió y me condenó como una ignorante víctima de algunos “estudiantes de la Biblia”.
Mi hermana me echó porque yo había tratado de alcanzar a aquellos que amaba, diciéndoles que yo había encontrado la vida. ¡Cómo deseaba yo compartir con ellos lo que había encontrado! Me sorprendió que ellos pensaran que mi liberación era un problema. “¿Sabes qué, Víctor?” me dijo mi hermana, “No me gusta el ‘nuevo tú.'” Yo perdí todo lo que tenía, pero estaba bastante dispuesto a que así fuera por esa llenura de parte del Señor quien me consumía.
Empecé a decirle a la gente que yo necesitaba regresar a la Iglesia Católica.
En tanto yo era católico, mis pecados no eran un problema, pero cuando mis pecados fueron lavados en el Nombre del Señor Jesucristo, fuera de la influencia católica, de repente yo era como un leproso para ellos. ¿Por qué mejor no daban gracias?
Unos meses después de haber experimentado el arrepentimiento y la liberación de mis pecados, estuve leyendo un libro de un tal John O’Brien, creo, titulado “La Fe de Millones.” Este libro era una defensa de la Iglesia Católica y sus doctrinas. Me había impactado y persuadido intelectualmente de que en verdad la Iglesia Católica Romana era la única y verdadera iglesia, y que sus doctrinas eran verdaderas y legítimas. Entonces, yo empecé a decirle a la gente de la Iglesia Alianza donde yo estaba asistiendo, que yo necesitaba regresar a la Iglesia Católica. Ellos quedaron muy perturbados por esa posibilidad.
Durante esos días, justo antes de que yo pasara al frente un domingo en la iglesia para anunciar que yo iba a regresar a “mi iglesia”, caí enfermo. Mi casero y su esposa se extrañaron de encontrarme en casa, en cama, con fiebre y vomitando bilis. Me llevaron al hospital muy de noche, después de contactar a mi joven doctora con quien nos encontramos allí.
Mi doctora, Lorne Rabuka, no sabía cuál era el problema, pero allí estaba un doctor mayor que por casualidad iba pasando y me miró en la camilla. El se acercó, me hizo presión en el abdomen bajo y casi me hizo saltar hasta el techo. Entonces dijo, “Creo que se trata de una apendicitis aguda. Tenemos que llevarlo a la sala de operaciones inmediatamente.” Esto fue como a la media noche. Como a las dos de la mañana, me estaban operando. Más tarde me dijeron que sólo era asunto de unas cuantas horas, si no es que minutos, y me habría muerto al reventárseme el apéndice.
Ahora yo estaba fuera del trabajo, en el hospital y luego convaleciente en casa por varios días. El pastor de la iglesia Alianza no me visitó en el hospital. Más fue el sacerdote católico quien lo hizo, lo cual perturbó a mis amigos de Alianza, pero no discutieron ni criticaron. Lo único que hicieron fue orar, aunque yo no me di cuenta de eso sino más tarde. Yo tenía muchas preguntas para el sacerdote católico, pero su conocimiento de La Biblia me pareció bastante limitado. Sus opiniones sobre la Biblia, me parecieron no creíbles aunque él se mostró muy amable, no entrometido y, más bien, persuasivo.
Para cuando llegué al libro de hebreos, yo estaba maravillado.
Esa semana, resultó que George Lynn también estaba de regreso en la ciudad. El me visitó por algunas horas y discutimos sobre las doctrinas católicas. El se había molestado, pero yo no, y con mis argumentos intelectuales a favor de la doctrina católica que yo había aprendido con “La Fe de Millones,” él no supo qué responder. Esta vez, yo no me enojé con él y, al final de la visita, le pedí que oráramos juntos. El estuvo de acurdo y luego confesó que se sintió humillado por no ser él quien sugiriera que oráramos. Él se fue, de cresta caída, sabiendo que yo estaba feliz y determinado a regresar a la iglesia católica, totalmente convencido de su autenticidad y autoridad.
Sin embargo, no todo había terminado. Hasta antes de enfermarme, yo había estado leyendo toda la Biblia, tanto el Viejo como el Nuevo Testamento, unos pocos capítulos cada día. En ese momento, yo estaba empezando la epístola de Pablo a los Romanos. Esa semana, al tener mucho tiempo sin interrupciones, -algo muy raro para mí- me leí todas las cartas de Pablo en una sola ‘sentada’, por así decirlo.
Para cuando llegué al libro de Hebreos, yo estaba maravillado. Dios me había abierto los ojos; me había tocado el corazón. El me reveló la verdad de lo que Pablo estaba predicando. Aunque por argumentos intelectuales yo estaba convencido de algo distinto, me di cuenta de que lo que Pablo estaba enseñando era todo lo contrario a lo que la iglesia católica enseñaba y practicaba. El contraste estaba tan claro para mí. Fue como si una luz santa y brillante iluminara las páginas de las Escrituras en mi corazón.
Verdaderamente, podía decir -sin exageraciones- que la diferencia entre las enseñanzas y prácticas de la iglesia católica y lo que el apóstol Pablo enseñaba en sus epístolas era como el color blanco y el negro. Supe que la iglesia católica y la Biblia eran diametralmente opuestas tanto en la letra como en el espíritu. Dios me había tenido misericordia en mi engaño y aflicción. Pablo no había puesto su vida en vano hacía cerca de dos mil años, por lo menos, no para mí. Fui liberado del poder de las doctrinas y religiones engañosas por su ministerio en el Señor. Como está escrito:
En cuanto a las obras de los hombres, por la palabra de tus labios, me he guardado de las sendas de destrucción. (Sal. 17:4)
Experimentando la gran liberación y emoción, después de toda una vida de muerte, y atribuyendo todo este cambio al conocimiento de Dios y de las Escrituras, decidí asistir a un instituto bíblico. Pensé que si la Biblia podía hacer tal diferencia en mi vida, entonces yo quería conocerla tanto como fuera posible. Finalmente, me decidí por un nuevo Instituto Bíblico Bautista del Sur, llamado el “Centro de Entrenamiento Cristiano” en Saskatoon, Saskatchewan, a unos 140 kms. de Prince Alberta, la ciudad de mi conversión espiritual. Lo manejaba Henry Blackaby con unos pastores asociados.
Ellos parecían muy satisfechos y seguros de que ellos tenían la verdad.
Yo tenía otras razones para ir al instituto bíblico. Yo quería compartir esta nueva vida con otros con la ayuda de las Escrituras. Equivocadamente, yo creía que un instituto bíblico era un lugar para ir a hacer justamente eso. Una tercera razón que parecía impulsarme en esa dirección era que yo continuamente escuchaba una voz suave y delicada indicándome que yo aún no había llegado “allí.”
Aunque yo no podía negar el maravilloso cambio que me había ocurrido, yo aun sentía como que me estaba quedando fuera de la gracia de Dios. Siempre que podía confiarles este dilema a los pastores y a otros evangelistas, ellos me advertían que era Satanás quien me estaba haciendo dudar de mi salvación. No obstante, yo no podía deshacerme de esa voz.
Para desilusión mía, llegué a darme cuenta que en ese instituto bíblico, estudié la historia de la iglesia, homilética (el arte de predicar), Escuela Dominical, Administración de la iglesia, dirección de coros, evangelismo, historia de las denominaciones, pero muy poco de la Biblia. Sin embargo, durante ese tiempo, Dios estaba tratando conmigo. Yo entré en conflicto con algunos asuntos de la iglesia, pues encontraba discrepancia entre lo que ellos predicaban y lo que practicaban y lo que yo estaba encontrando en las Escrituras.
También recuerdo haber tenido otro doloroso dilema. Yo iba a una pequeña biblioteca con no más de 2,000 libros por mucho. Uno de esos libros era la “Teología Sistemática Strong,” un libro grande y grueso, en letra fina, lleno de doctrina y discurso. Pensé: “¿Cuándo en esta vida podría yo encontrar el tiempo para meterme en tan sólo este libro, mucho menos en todos los demás, y aún menos en todos los libros teológicos del mundo? ¿No será que necesito escudriñar todas las cosas para saber qué es lo correcto y lo verdadero? ¿Tendrá Calvino la razón? ¿Tiene Lutero la razón? ¿Tienen la razón estos hombres en todo lo que enseñan? Si es así, ¿Cuál o cuáles hombres? ¿A dónde iré? ¿En quién puedo confiar de verdad?”
Estas consideraciones me dejaban perplejo. El pastor no me podía ayudar y a nadie más parecía importarle mucho. Ellos parecían bastante satisfechos con la enseñanza que estaban recibiendo allí, aparentemente confiados de que ellos tenían la verdad.
Era un nuevo mundo. La biblia cobró vida en una forma que yo nunca había conocido.
Recuerdo que justo después de ese tiempo de perplejidad, entré -por algunos meses- en un período de escudriñar mi alma y de convicción de pecados sutiles, como el de ser crítico de otros. Durante ese tiempo, yo estaba experimentando algo del mismo tipo de calvario espiritual por el que había pasado antes de mi conversión, sólo que esta vez era en otro nivel.
La Fiesta de Pentecostés
Allí conocí a mi futura esposa y veintiún meses después de mi conversión, yo a la edad de 27 años, nos casamos. Un mes después, la tarde del 1ro. de enero de 1975, como a las 9:30 p.m., Marilyn y yo pedimos y recibimos al Espíritu Santo, una experiencia que nuestra iglesia evangélica y los círculos religiosos condenan como “pentecostalismo,” como del diablo. No pudimos dormirnos hasta las 7:00 a.m. Era un mundo nuevo.
La Biblia cobró vida en una forma que yo nunca había conocido. Toda la noche el Señor nos llevó por las Escrituras revelándonos muchas cosas nuevas. El Señor se nos mostró en una forma que nunca habíamos experimentado hasta en ese momento. Fue algo muy emocionante.
No podíamos evitar hablar de lo que habíamos experimentado. No nos recibieron ni en los institutos bíblicos ni en las iglesias.
El pastor bautista, Jack Connor, nos dijo que debíamos tener mucho cuidado al creer en algo que fuera contrario al consejo y al entendimiento de la iglesia. De repente, yo le respondí como si allí me estaba dando cuenta: “¡Usted no es diferente a la iglesia católica! ¡Me dice lo mismo que me dijeron ellos cuando me convertí!”
Tiré y queme todos los libros y pasé muchas horas al día en las escrituras.
Al recibir el Espíritu Santo, recibimos, no inmediatamente, sino en los días siguientes, los dones del Espíritu… lenguas, interpretación de lenguas, profecía, milagros, sanidades, palabra de sabiduría, de conocimiento, fe, visiones, sueños y discernimiento de espíritus.
Empecé a darme cuenta de algo. Cuando era católico, nos enseñaban que nosotros éramos la verdadera iglesia de Dios y que nuestras doctrinas y creencias eran las correctas. Luego, me convertí. Jesucristo había tomado el control de mi vida a través de las Escrituras y de alguien que no era católico. Mi vida fue transformada, con muchos cambios para bien. Sabía que la iglesia católica no era la correcta.
Luego, cuando fui bautizado por el Espíritu Santo, me di cuenta de que había más cosas que las que los evangélicos me habían enseñado y ellos me decían que yo ya tenía todo lo que debía tener, igual que me dijeron los católicos antes que ellos. Los evangélicos tampoco tenían la razón.
Ahora más bien estaba escuchando a algunos hablar de un tercer nivel de experiencia en el Señor. Yo no quería que nadie me alargara este asunto si es que estaba disponible para mí. Me preparé entonces para entrar en el reposo, o para ser perfeccionado o santificado –como algunos lo llaman-. Sin embargo, por muchos años, eso no ocurriría.
El Señor – “¡Estoy sufriendo! ¡Estoy sufriendo!”
En los meses por venir, el Señor se nos manifestó a nosotros y nos separó de toda clase de religión organizada, iglesias y denominaciones. (Nótese bien que esto no fue una reacción a alguna herida o amargura, para nada; lo cual algunos han pensado erróneamente que así fue.) Yo boté o quemé todos los libros y cada día pasé horas en las Escrituras por los siguientes dos o tres años.
Con el Señor como Maestro, pronto descubrí que lo que me enseñaron y se practicaba en la iglesia, incluyendo la evangélica, y lo que las Escrituras enseñan era muy diferente en muchos puntos cruciales. (No uso la palabra crucial a la ligera.) Fue una lucha, una guerra contra la incredulidad. Las dudas me asaltaban, la gente me criticaba y estuvimos bastante solos por muchos años. Fue muy difícil, pero fue bueno. En todo ese tiempo, el Señor nos proveyó todo lo que necesitábamos en todas las formas.
En marzo de 1976, un poco más del año de haber recibido al Espíritu, el Señor me habló en una vieja cabaña abandonada y me dijo: “¡Estoy sufriendo! ¡Estoy sufriendo!” Yo pude sentir su dolor pasando a través de mí. Usando objetos como símbolos, Él me dijo que su pueblo estaba pereciendo porque estaban creyendo mentiras, practicando religión falsa, guardando costumbres paganas, que estaban en tinieblas y en ignorancia, sin conocimiento.
Él me dijo que saliera de todos los sistemas religiosos formales y nominales, donde su pueblo y todos los demás estaban pereciendo, y que dejara todo atrás como si fuera mi propio excremento. El nos sacó.
Nuestras circunstancias estaban bajo su control total en cada detalle.
Ocho años después, en 1984, Él me permitió inquirirle sobre lo que me había dicho. Le pregunté. “Señor, ¿Por qué estas sufriendo?”
El respondió, “Porque Mi pueblo está sufriendo.”
Yo le pregunté, “¿Y por qué están sufriendo?”
“Porque ellos no me obedecen,” replicó Él.
Yo seguí, “¿Por qué no te obedecen?”
El dijo, “Porque andan en sus propios caminos.”
“¿Por qué escogen sus propios caminos?” Pregunté yo.
“Porque les falta conocimiento,” respondió Él.
“¿Por qué les falta conocimiento?” pregunté.
El respondió, “Porque no hay quien esté dispuesto a rendir su vida para que ellos tengan ese conocimiento.”
Me quedé callado por un rato. Años atrás, yo miraba que muchos buscaban al Senior como para que fuera su amigo, pidiéndole cosas, orándole cuando necesitaban algo. ¿Pero qué era eso de ser Su amigo? ¿No deseaba Él a aquellos que serían su amigo? Abraham fue conocido como amigo de Dios. Yo quería eso. Entonces le pregunté al Señor, “Señor, ¿Sería yo tu amigo aunque no estuviera dispuesto a rendir mi vida para que el pueblo tenga ese conocimiento?” No hubo respuesta, pero para mí, la pregunta era bastante retórica. Yo sabía la respuesta.
Sólo unos minutos antes de esa sesión de preguntas y respuestas, una gran paz me había inundado, y por inspiración, dije: “Señor, ésta es la clase de vida que me gustaría tener: una en la que me sienta libre de ir y venir, y en la que tú hagas conmigo como te plazca, cuidando de todas mis necesidades e inquietudes mientras me usas para tus propósitos, y que yo me enfoque en tus intereses.” Justo en ese momento Él dijo: “Lo has entendido.” En otras palabras, “Es un trato.”
La Fiesta de los Tabernaculos
Dieciséis años después, un ángel me visitó para fortalecerme y, mediante circunstancias muy difíciles, me vino una consagración para la obediencia. Fue la batalla final hasta la muerte. Uno sólo puede servir al Señor con la sentencia de muerte sobre sí mismo. Esa es la victoria. Ese es el reposo. En el año diecisiete, el pacto entre el Señor y yo empezó a tener efecto de manera mas completa.
Que todos teman y se arrepientan.
Durante todos esos años, el Señor fue el Director de la Escuela, la Biblia, el libro de texto, y el mundo era el aula de clases. El trajo muchas personas a nuestras vidas para tratar con nosotros, para enseñarnos, y para llevarnos a ese lugar de reposo en Él. Ha sido una vida de aguas, fuego, sangre, lágrimas, castigos, y -sí- azotes, dolor, angustia, derrotas y lecciones.
El Señor no sólo ha perdonado pecados, sino que también ha tratado con la naturaleza de pecado, la cual es muy religiosa, de auto-justicia, obstinada, incrédula, orgullosa, ignorante, arrogante y egoísta. ¡Qué misericordioso que es Dios y qué fiel! De verdad, Él es Amor. Y Él Es Bueno. Él también reina sobre todas las cosas. Yo sé esto muy bien. Son muchas las veces en que Él me ha revelado que nuestras circunstancias están bajo Su control total, en cada detalle. ¡O, gracias, Señor Jesús, gracias! Él es el Señor de todo.
Yo aquí declaro hoy, que el Señor me ha escogido de entre los hombres para enseñar y hablar la verdad a todos aquellos a quienes Él ha ordenado que oigan, ya sea para bien o para mal. Yo camino con Él en SU Presencia Viniendo hoy y confieso que Jesucristo viene en carne. Este es el Día del Señor. Es un día grande y terrible. Grande para los justos y terrible par los malvados. Que todos teman y se arrepientan. El Señor ha vendo a reconciliar todas las cosas con Él mismo.
¡Bendito sea el nombre del Señor Jesucristo, Yahshuah HaMashiach Adonai (Hebreo), Yahweh, el Único que es Dios y quien creó todas las cosas para Sí Mismo! Y así como Él tiene a uno caminando a su lado, yo también tengo a uno que camina conmigo, Paul Benjamin Cohen, un judío en la carne y en el espíritu, a quien yo fui enviado para liberarlo por la Palabra del Señor en 1979 en Kibbutz Revivim, HaNegev, Israel. Juntos caminamos delante del Señor del Cielo y de la tierra, y hablamos lo que Él nos concede hablar para el bien de todos aquellos a quienes Él nos envía.
Actualización, Mayo 2017
Lamento informarles que se han dado algunos acontecimientos tristes en medio de nosotros este mes de mayo de 2017 concerniente a Paul Cohen. Aun así, estoy muy agradecido de que el Señor esté limpiando la casa. Yo lo veo como para dar lugar a algo mucho mejor. Él será glorificado. Tenemos una paz entre nosotros la cual yo he estado anhelando, “lo que siempre quise, lo tengo ahora” (https://www.thepathoftruth.com/music/flying.htm).
Isaías 28:1.29 LBLA
(1) ¡Ay de la corona de arrogancia de los ebrios de Efraín, y de la flor marchita de su gloriosa hermosura, que está sobre la cabeza del valle fértil de los vencidos por el vino!
(2) He aquí que uno, fuerte y poderoso, de parte del Señor, como tormenta de granizo, tempestad destructora, como tormenta de violentas aguas desbordadas, los ha lanzado a tierra con su mano.
(3) Con los pies es hollada la corona de arrogancia de los ebrios de Efraín.
(4) Y la flor marchita de su gloriosa hermosura, que está sobre la cabeza del valle fértil, será como el primer higo maduro antes del verano, el cual uno ve, y tan pronto está en su mano se lo traga.
(5) En aquel día el SEÑOR de los ejércitos será hermosa corona, gloriosa diadema para el remanente de Su pueblo,
(6) espíritu de justicia para el que se sienta en juicio, y fuerza para aquellos que rechazan el asalto en la puerta.
(7) También estos se tambalean por el vino y dan traspiés por el licor: el sacerdote y el profeta por el licor se tambalean, están ofuscados por el vino, por el licor dan traspiés; vacilan en sus visiones, titubean al pronunciar juicio.
(8) Porque todas las mesas están llenas de vómito asqueroso, sin un solo lugar limpio.
(9) ¿A quién enseñará conocimiento, o a quién interpretará el mensaje? ¿A los recién destetados? ¿A los recién quitados de los pechos?
(10) Porque dice: “Mandato sobre mandato, mandato sobre mandato, línea sobre línea, línea sobre línea, un poco aquí, un poco allá.”
(11) En verdad, con tartamudez de labios y en lengua extranjera, Él hablará a este pueblo,
(12) al cual había dicho: Aquí hay reposo, dad reposo al cansado; y: Aquí hay descanso. Pero no quisieron escuchar.
(13) Por lo cual la palabra del SEÑOR para ellos será: Mandato sobre mandato, mandato sobre mandato, línea sobre línea, línea sobre línea, un poco aquí, un poco allá, para que vayan y caigan de espaldas, se quiebren los huesos, y sean enlazados y apresados.
(14) Por tanto, oíd la palabra del SEÑOR, oh escarnecedores, gobernantes de este pueblo que está en Jerusalén.
(15) Porque habéis dicho: Hemos hecho un pacto con la muerte, hemos hecho un convenio con el Seol; cuando pase el azote abrumador, no nos alcanzará, porque hemos hecho de la mentira nuestro refugio y en el engaño nos hemos escondido.
(16) Por tanto, así dice el Señor DIOS: He aquí, pongo por Fundamento en Sion una Piedra, una Piedra probada, angular, preciosa, fundamental, bien colocada. El que crea en Ella no será perturbado.
(17) Pondré el juicio por medida, y la justicia por nivel; el granizo barrerá el refugio de la mentira, y las aguas cubrirán el escondite.
(18) Y será abolido vuestro pacto con la muerte, vuestro convenio con el Seol no quedará en pie; cuando pase el azote abrumador, seréis su holladero.
(19) Cuantas veces pase, os arrebatará, porque pasará mañana tras mañana, de día y de noche; y será terrible espanto el comprender el mensaje.
(20) La cama es muy corta para estirarse en ella, y la manta muy estrecha para envolverse en ella.
(21) Porque el SEÑOR se levantará como en el monte Perazim, se enojará como en el valle de Gabaón, para hacer Su tarea, Su extraña tarea, y para hacer Su obra, Su extraordinaria obra.
(22) Y ahora, no continuéis como escarnecedores, no sea que se hagan más fuertes vuestros grillos, pues de parte del Señor, DIOS de los ejércitos, he oído de una destrucción decretada sobre la tierra.
(23) Escuchad y oíd Mi voz, prestad atención y oíd Mis palabras.
(24) ¿Acaso para sembrar se pasa arando el labrador todo el día, abriendo y rastrillando su tierra?
(25) ¿No allana su superficie y siembra eneldo y esparce comino, y siembra trigo en hileras, cebada en su debido lugar, y centeno dentro de sus límites?
(26) Porque su Dios le instruye y le enseña cómo hacerlo.
(27) Pues no se trilla el eneldo con el trillo, ni se hace girar la rueda de carreta sobre el comino; sino que con vara se sacude el eneldo, y con palo el comino.
(28) El grano es triturado, pero no se le seguirá trillando indefinidamente; debido a que la rueda de la carreta y sus caballos lo dañarán, no se le triturará más.
(29) También esto procede del SEÑOR de los ejércitos, que ha hecho maravilloso Su consejo y grande Su sabiduría.
Benditos los que en nosotros no encuentran tropiezo.
Tenemos una actualización concerniente a la situación de Paul Cohen desde el 17 de julio de 2017:
El Señor Jesucristo ha considerado oportuno perdonar a Paul por los pecados que confesó. Yo lo he perdonado y bendecido. Ahora él cumple fielmente sus responsabilidades mientras está sujeto a Ronnie Tanner, a Martin Van Popta y a mí. Por su rebeldía, Paul ha perdido su ministerio a mi lado y cualquier autoridad en nuestro medio, la cual no será restaurada en esta vida ni en este mundo. Él permanecerá en parte como Abiatar, desterrado de su cargo de sumo sacerdote, enviado “hasta el suelo de su tierra”. Paul es como Simei, a quien Salomón perdonó pero le mandó “permanecer en Jerusalén” bajo pena de muerte si desobedecía. Él es como Bernabé, que fue removido de su apostolado, o al menos “nunca se volvió a oír de él” después de resistir al apóstol Pablo. No existen dos situaciones iguales en todos los detalles. A Paul le es concedido servir en The Path of Truth en la actualidad. Sabremos lo que el Señor requiera si ocurriere cualquier cambio. Por la gracia de Dios, nosotros entenderemos y obedeceremos.
Adenda, diciembre del 2017:
Paul no pudo perseverar hasta el final; él se rebeló. Ahora también se cumplen las palabras con él: “Y sucederá que a cualquiera que no oiga Mis Palabras que él ha de hablar en Mi Nombre, Yo mismo le pediré cuentas” (Deuteronomio 18:19 NBL)”
Víctor Nicholas Hafichuk
Lethbridge, Alberta, Canadá
Escríbale un correo a Victor Hafichuk
Traducido al español por Edwin Romero
Translated into Spanish by Edwin Romero